lunes, 3 de marzo de 2008

DUERMO Y SUEÑO


Lo sabré en cuanto despierte. Por ahora floto en el espacio, es una sensación fantástica; indescriptible. Crezco cada vez más, tanto que puedo mirar desde fuera el espacio en el que me encuentro. Por una parte estoy en mi cuerpo y, por otra, fuera del Universo, mirando todo… hacia y desde Dios mismo. Un Dios representado en el sueño por líneas de energía que unen puntos de luz -esto no dejaba de ser llamativo para quien era, en ese momento, un ateo declarado- … entiendo que cada punto de luz es una galaxia y son millones, el resto es silencio que separa una línea de otra y un punto de luz de otro, formando una gran red que, al mantener todo esto unido se manifiesta como un cuerpo, que llamaré infinito por no tener otra palabra mejor que usar ante tanta grandeza.

Como en todos los sueños me resulta difícil comprender como era posible que pudiera mirar desde fuera aquello que, según entendía, era lo que lo contenía todo. Estaba yo en el todo, quiero decir “dentro” en un planeta de una de las tantas galaxias, dentro era un pequeño punto de luz inserto en el punto de luz que era mi planeta, el que a su vez era un punto de luz dentro del punto de luz que era el Sistema Solar dentro del punto de luz que era la Vía Láctea. Podía sentir en mi lo pequeño de lo pequeño y lo más grande de lo más grande. Así que estaba tanto dentro como fuera y además, por si todo fuera poco, podía ver que mi interior era exactamente igual a lo que veía hacia afuera: infinito y armado también de una red de luz con sus respectivos puntos de luz.

Además puedo estar conciente de todo, esto me provoca… trato de comprender.
Del libro "El secreto de la rosa" de Pedro Novakovich

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